La sociedad cobarde II: el ánima grácil del miedo (Psicología)

Actualmente, el hombre está en constante participación con el entorno. Ha crecido a nivel de capacidades cognitivas y se ha desarrollado de forma notable para desempeñarse en un entorno propio y cercano. Pero, ¿No será ese entorno, propio y cercano, el que ha desarrollado al hombre? Probablemente, el hombre ha ampliado exponencialmente su forma de responder a las posibilidades que propone la sociedad, a modo de obtener roles sociales, responsabilidades, deberes, y rutinas (en el origen de los tiempos también había sociedades, pero sus estructuras eran más débiles, y simples, aunque eran puras, y valientes; en pocas palabras, el hombre ha ampliado sus límites, pero los ha afianzado al mismo nivel que se ha reafirmado como ser social. Sin embargo…el hombre está loco, y su conjunto tiene miedo de la locura…
La sociedad tiene miedo, porque el miedo es la base de cualquier emoción o motivación diaria. El miedo representa el respeto, por aquello que no se conoce pero sabemos o intuimos que podemos encontrarnos; el miedo representa la ansiedad ante una situación de estrés pulsátil; la cobardía, ante personas o situaciones que representan fantasmas, temores, que nos presionan, nos oprimen, y nos hacen temblorosos y pérfidos; el miedo es la alerta del cerebro, el on de la conciencia; los avisos del metro en las estaciones, el doblar de las campanas de antaño, cuando aparecían los pájaros de acero en el horizonte, la bandera roja; el silbido del aire que procedía al lanzamiento de los proyectiles; el miedo nos hace estar vivos, y nos hace ser lo que somos. Tener respeto ante situaciones, que no controlamos, nos acobarda; porque queremos controlarlo todo, queremos saberlo todo de nuestro entorno y manipularlo si es posible a nuestro antojo. Queremos riquezas para satisfacer nuestros caprichos, porque nos hace sentir bien llevar algo que nos gusta…porque así nos gustamos. El miedo es la manera más infame de sentirse realizado sin darse cuenta.
Nunca se salen de la línea marcada, del redil; no entran en las zonas restringidas, siguen las leyes que les imponen los de arriba, y los que no lo hacen son marginados y castigados. ¿Y porqué no salen del camino impuesto? La rutina es asfixiante…¿Pero acaso no lo es el amor, o la satisfacción de todos los caprichos? Son bienes bondadosos que nos hacen disfrutar en déficit, y que nos parecen pastelosos en cantidades excesivas. La rutina es la comodidad de controlarlo todo, frente al placer de que pueda ocurrir algo satisfactorio, novedoso y consecuentemente morboso, o contra el miedo de que podamos encontrarnos con algo doloroso, temible, o dañino, y consecuentemente incontrolable. La incertidumbre es pesada, es opaca, brumosa, confunde y entorpece, nuestros pensamientos, nuestras conductas, y nuestro ensueño de cómoda y plácida pero asfixiante rutina.
Pero el hombre necesita del miedo para cumplir su función social. Si un hombre no tuviera miedo, en primer lugar no sería un hombre, después, tomando la postura de que se le considerase humano, no temería nada, no necesitaría de nadie, no tendría retos que cumplir, porque para él nada sería un reto; no tendría responsabilidades, porque no tendría respeto por el deber, no tendría miedo de saltarse las reglas, ni obligación cobarde y esclava de obedecer obligaciones. No viviría demasiado tiempo con alguien, porque no le importaría vivir solo, es más, lo desearía profundamente, y quizás viviera en la calle, donde no hay higiene y puede pasar cualquier cosa, pero a él no le importarían las novedades por malas que fueran, porque para él todo cambio sería placentero y novedoso.
El miedo y la inseguridad nos hacen depender de la masa grupal que conforma nuestro entorno, nos hacen necesitar las palabras, los gestos, y la presencia de aquellos que conforman nuestro entorno. Un mendigo, es posiblemente lo más cercano que hay de ser un hombre sin miedo. ¿Pero qué es un mendigo para la sociedad?
Una sociedad sin miedo, sería una sociedad sin emotividad, sin motivación, sin control ni alma, sin razón ni sentido. El miedo es la envenenada medicina, el sustento y la algarabía fantasmal que nos habla cuando no habla nadie. El miedo es el primogénito del pavor, y éste, la degeneración de la sociedad.
La sociedad tiene miedo, porque el miedo es la base de cualquier emoción o motivación diaria. El miedo representa el respeto, por aquello que no se conoce pero sabemos o intuimos que podemos encontrarnos; el miedo representa la ansiedad ante una situación de estrés pulsátil; la cobardía, ante personas o situaciones que representan fantasmas, temores, que nos presionan, nos oprimen, y nos hacen temblorosos y pérfidos; el miedo es la alerta del cerebro, el on de la conciencia; los avisos del metro en las estaciones, el doblar de las campanas de antaño, cuando aparecían los pájaros de acero en el horizonte, la bandera roja; el silbido del aire que procedía al lanzamiento de los proyectiles; el miedo nos hace estar vivos, y nos hace ser lo que somos. Tener respeto ante situaciones, que no controlamos, nos acobarda; porque queremos controlarlo todo, queremos saberlo todo de nuestro entorno y manipularlo si es posible a nuestro antojo. Queremos riquezas para satisfacer nuestros caprichos, porque nos hace sentir bien llevar algo que nos gusta…porque así nos gustamos. El miedo es la manera más infame de sentirse realizado sin darse cuenta.
Nunca se salen de la línea marcada, del redil; no entran en las zonas restringidas, siguen las leyes que les imponen los de arriba, y los que no lo hacen son marginados y castigados. ¿Y porqué no salen del camino impuesto? La rutina es asfixiante…¿Pero acaso no lo es el amor, o la satisfacción de todos los caprichos? Son bienes bondadosos que nos hacen disfrutar en déficit, y que nos parecen pastelosos en cantidades excesivas. La rutina es la comodidad de controlarlo todo, frente al placer de que pueda ocurrir algo satisfactorio, novedoso y consecuentemente morboso, o contra el miedo de que podamos encontrarnos con algo doloroso, temible, o dañino, y consecuentemente incontrolable. La incertidumbre es pesada, es opaca, brumosa, confunde y entorpece, nuestros pensamientos, nuestras conductas, y nuestro ensueño de cómoda y plácida pero asfixiante rutina.
Pero el hombre necesita del miedo para cumplir su función social. Si un hombre no tuviera miedo, en primer lugar no sería un hombre, después, tomando la postura de que se le considerase humano, no temería nada, no necesitaría de nadie, no tendría retos que cumplir, porque para él nada sería un reto; no tendría responsabilidades, porque no tendría respeto por el deber, no tendría miedo de saltarse las reglas, ni obligación cobarde y esclava de obedecer obligaciones. No viviría demasiado tiempo con alguien, porque no le importaría vivir solo, es más, lo desearía profundamente, y quizás viviera en la calle, donde no hay higiene y puede pasar cualquier cosa, pero a él no le importarían las novedades por malas que fueran, porque para él todo cambio sería placentero y novedoso.
El miedo y la inseguridad nos hacen depender de la masa grupal que conforma nuestro entorno, nos hacen necesitar las palabras, los gestos, y la presencia de aquellos que conforman nuestro entorno. Un mendigo, es posiblemente lo más cercano que hay de ser un hombre sin miedo. ¿Pero qué es un mendigo para la sociedad?
Una sociedad sin miedo, sería una sociedad sin emotividad, sin motivación, sin control ni alma, sin razón ni sentido. El miedo es la envenenada medicina, el sustento y la algarabía fantasmal que nos habla cuando no habla nadie. El miedo es el primogénito del pavor, y éste, la degeneración de la sociedad.
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