El último de Octubre
El aire era gélido y voraz; acariciaba nuestro rostro a modo ínfimo, rozándonos si acaso las pupilas, haciendo danzar nuestros cabellos apenas dejando estelas de magia en el aire, que el frío borraba a su paso. Era una plaza de Madrid, un día de Octubre. Yo vestía desnudo, tu desnudabas al mundo. Llevábamos juntos tres, cuatro años...luego, todo pasó...de repente, tu boca en su cuello, tus manos inmersas en su rancia entrepierna, mis ojos atravesados por llamas insidiosas, de pronto me sentí abstracto.
Observé la escena como un espectador mediocre salido del cuadro. Distante y obsceno, manos en los bolsillos, piernas temblorosas, como estatua de cera, boquiabierto y sombrío sostuve apenas la postura un instante, justo antes de correr por la acera. Oí sus gritos a mi espalda y tuve el impulso inútil de detenerme y pedirle un beso; pero seguí corriendo. No quería saber nada de nadie, y menos aún del mundo...Mientras corría pasaron cien años de agonía por mis venas aferradas a la piel que las oculta. El cielo sobre mi cabeza distorsionada, se quebró en astillas de madera que se clavaban a mi paso como senderos de destierro a un camino a la perdición. Los cristales de la estación estallaron conformados en afilados cuchillos que vestían el aire de nieve a diamantes. De mis ojos discurrieron silencios de agonía abrumadora que entorpecieron mi carrera hacia ningún lugar. Devoré la distancia que me separaba del abismo, y a punto estuve de caer al suelo y destrozarme la cara con el recuerdo de tu espinazo brumoso, tu espalda dorada por el amanecer en mi cama.
Me detuve. Frené mi carrera y me giré sin rastro de valor en mi pecho, ni noticias de Dios en la tierra. Las gotas de agua humedecieron mi pelo, me perdí buscándote en la noche oscura, y solo obtuve una guerra de recuerdos y una agonía de presentes malparados a destiempo. Luego me planteé vivir sin ti. Me hablaste de tomarnos tiempo, yo pensé en incompatibilidad de vidas que se cruzan, o de hormonas envilecidas que se encaprichan, y desdichado me recorrí todas las estaciones de la ciudad buscando un destino que no existía. Y ante un orgasmo de soledad constante, pernocto para escribirte poesía, vivo para hacer de mi vida unos versos anárquicos y caóticos, que hablen de ti, o de tu pelo, y de tu espalda que alejándose me arrebató la vida. Me volví devoto de la más cálida ausencia. Me volví roto de ombligo, fuera del mundo entero. Me volví el recuerdo de la armonía de nuestras lenguas jugando a compartir; un recuerdo distante, austero y sombrío, me volví sombra de alguien que no estaba allí. Me volví siniestro y pútrido, bastardo y pérfido. Me volví silencio. Me volví ausencia. Me volví olvido nacarado de marfil. Me volví...y allí estabas tú...
Te miré...tus mejillas sonrosadas por la carrera...tu pelo humedecido por la lluvia...los dos...como estatuas en una plaza de Madrid...y te abracé...fue un día de Octubre, y fue el último.
Comentarios
Lo dicho MUY BIEN.