Aramta Mancer


     
A T.C. que aplaude de forma incondicional todo lo que sale de mis dedos; yo aplaudo de forma incondicional, todo lo que sale de sus ojos. 

     La tierra estaba seca entonces.

Recuerdo que el mundo estaba desnudo, y la hierba supuraba suspiros de hambre, antes de que pudiera haber creado Dios, aquello que algunos dicen que creó, ella ya existía.
Alguno diría que caminaba en cuero por los valles, a grandes zancadas con los brazos siempre levantados al cielo y la mirada entrelazada en espirales de amor por la magia, ya entonces me sostenía. Pero yo diré que caminaba en seda, porque sólo de seda podría decirse que es su piel, y ya por entonces lo era. A veces degustaba escuchar el trote de su corazón sobre la tierra. Y tan fuerte le parecía que temía que por la espalda le saliera el ingrato, embadurnado de sangre, y sin embargo tan de seda como su propia piel; de sangre y sin embargo caminaba en seda, la primera de los mortales que hoy vive todavía.
Pero la tierra estaba seca entonces.

Se habían secado los páramos que penosamente habían soportado el paso de los días bajo el influjo ampuloso de los días que habían traído desde tormentas de arena hasta mañanas de colérico sol, todo había atravesado el vientre del subsuelo pero nada que pudiera calmar su sed, nada que pudiera hacer revivir su vigor, o su fuerza: la tierra estaba seca entonces.
Pero ella caminaba en seda a grandes zancadas. Con la sonrisa siempre brillante y la mirada siempre despierta. A veces se detenía, y contemplaba los pájaros que en las ramas se posaban. Desde lejos los contemplaba hasta sentirse profundamente enamorada de sus comunes encantos, de sus aleteos volátiles, del poderío del que hacían gala cuando emprendían el vuelo y allá en lo alto, sobre el techo del mundo, donde ya su bella mirada no alcanzaba a vislumbrar, allá en lo alto agitando las alas se perdían.  Luego por la noche, tumbada sobre la ladera de alguna montaña yerma, miraba en el cielo las estrellas con irreprimible amor por sus admirables portentos lumínicos, y cuando en la infinidad de los números se perdía se sentía volar como los pájaros que antaño a su vista habían desaparecido.
¿Querrán ellos andar tanto como yo quiero volar? Se preguntaba sin dejar de sonreír. Y era entonces cuando más feliz estaba, cuando pensaba en la posibilidad de llegar al bosque, y huir. El lugar donde todo asumía la posibilidad de esfumarse, de desaparecer. “Si consigo entrar en él, no podrá vigilarme” Pensó. Podré ser libre sin tener que llevar estas andrajosas vestiduras”
Porque se le pegaba la piel a los huesos, y se sentía presa de un violento encantamiento, ella no sería ella misma hasta que no se deshiciera de la piel. Ella estaba en el aire y en sus propias miradas, ella era parte de la trayectoria inalterable de las cosas, del paso sucesivo de los segundos en torno a ella, ella se sucedía, y su entorno con ella sucedía. “Debo quitarme esta piel…me cuesta respirar con ella, me cuesta hasta sentir con ella”

Por eso el día que el vecino de arriba desvió la mirada, tomó la más transcendental de sus decisiones, aquella que decidiría el curso de la humanidad que posteriormente tras ella aquella tierra ocuparía. Y pisando más fuerte que nunca, corriendo como un animal huidizo que tratara de consumar su fuga, trató de llegar hasta la maraña masiva de árboles bajo los cuales el vecino no podría encontrarla.
Sin embargo, cuando estaba a punto de conseguir su objetivo, un dedo desde arriba la señaló: “¿Qué haces maldita? Te dije que en el bosque solo habitaban las más oscuras fieras,¿ y buscas ser tragada por sus fauces de una forma tan desesperada? ¿Qué te falta? ¿O qué te sobra, mujer?”
Y ella desde abajo, incapaz de mirarle a los ojos susurró:

-No quiero creer en ti…no puedo creer en ti.

Encolerizado por el orgullo de la mortal, el dios de los creyentes, la última carta en la baraja de los ateos, la condenó a la vida eterna bajo su ostentoso ojo omnisciente. Y ella abrumada de rodillas cayó.
Con las rodillas sobre la seca tierra, se encorvó hasta posar la frente en el suelo. Y tanto fuego sintió en su mirada azul, que una gota de algo que jamás antes había visto, se derramó de uno de sus ojos, transitando livianamente la superficie curva de su suave mejilla derecha hasta yacer sobre la tierra. Algún alivio debió sentir, porque gritó, y una nueva gota derramó, que cayó despacio ondeando en el aire por un momento de abrumador suspense, acabando finalmente estrellándose de nuevo contra el suelo.
Pasó, que donde sus lágrimas cayeron, la tierra empezó a respirar con cierta vehemencia. Las flores emergieron de sus entrañas con la mayor de las pasiones, y sintiéndose infinitamente mejor, la ya inmortal, lloró.

Lloró como solo podría llorar un humano, con la salvedad de que sus lágrimas pronto copularon con el fluido que la tierra expulsó de sus entrañas en silencio, tan discretamente que ni siquiera el omnisciente pudo darse cuenta. Y ríos de vida naturales, fluyeron de sus ojos a la tierra, y de la tierra a sus ojos para que ella lo viera. Ríos de seda que saciaron la sed de una tierra enferma, porque la tierra estaba seca entonces.

Y al verlo el tipo desde arriba, enarcando sus peludas cejas y ensortijando los rizados pelos de su canosa barba pensó, ojalá no la hubiera conocido nunca, y se enamoró.

Juró por ello silencio eterno, y se dedicó al más puro arte de la contemplación.

Y desde entonces en silencio, pero de forma solemne, aplaude cada uno de tus actos, y lamenta que crezca un nuevo río, a pesar de que lo haga en seda, a pesar de que vaya de tus ojos a la tierra, y de la tierra a tus ojos para que ellos lo vean. 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
No puedo parar de leerlo, es increiblemente precioso, este es sin duda mi mito favorito.
No sé que decir, ojalá pudieras mirarme ahora a los ojos y sé que te bastaría para saberlo
Creas arte y no concibo mi vida sin arte, y no concibo mi vida sin literatura y no concebiré que dejes algún dia de escribir, porque siempre tendrás a una lectora incondicional a la que haces sentir y escapar de este mundo, y volar como esos pájaros.
Siempre creeré en tí, porque me demuestras una vez más que puedes superar lo inimaginable y crear esa belleza que solo tú creas, esa belleza que siempre querrán mis ojos contemplar...
Mis ojos hoy más que nunca te buscan regalandote ríos de seda
Félix Calderón ha dicho que…
Me encanta que te guste, mariya, y agradezco todo el apoyo que me das, siempre estás ahí, y eso es algo que ni con el mejor de los textos se podría pagar. Sinceramente Gracias, (K)
Anónimo ha dicho que…
Me ha gustado muchísimo, el desarrollo pero sobretodo el final, que sin darme cuenta me ha dado un escalofrío de emoción.
Anónimo ha dicho que…
Sencillamente hermoso.

Entradas populares