Noche de difuntos
Miraba eventualmente aquellos
enormes ojos que veía del revés, blancos con grandes pupilas negras, mientras
procuraba que las orejas peludas no se me escaparan de las manos, mientras
pensaba en volar. Volar por un cielo azul en un amanecer radiante,
escalofriante, tu mirada de acero colmando el instante. Y mientras embestía de
forma reiterada y violenta y oía aquellos gemidos que acariciaban mi vientre hasta explotar en mis sienes, escuché la canción que se filtraba desde el otro
lado de la puerta del aseo: “Como Nicolas Cage en Living las vegas…” Y mientras
aquellos acordes y aquella voz se fundían, pensé que el mundo se había enterado
de lo nuestro y se había estremecido. “Soy el invierno contra tu primavera, un
Dorian Grey sin pasado, sin patria, ni bandera”. Tragué saliva, miré aquel
melocotón empalado y pensé, si acaso estuviera rondando ese cielo en un vuelo a
ras, de seda, de cuero, o de terciopelo, agitando las alas con la armonía de un
ángel caído, como perdido en tus ojos, vida mía, como caído en ese cielo en el
que vuelo para levantarme más fuerte todavía. “Como si fuera nuestro último día
en la tierra”. Y entonces tomé su cara con la mano izquierda, la suya, no la
otra, su cara bordada de riachuelos de sangre, busqué sus labios calientes, su
boca carnosa y le recité, un verso, de esos, que guardamos los poetas para
cuando la noche se engalana. Y ella me lo devolvió enguantado, a lengüetazos de
ponche y tabaco, con los ojos cerrados y la boca abierta tiritando. “Será el
champán, será el color, de tus ojos verdes de ciencia ficción”. Luego nos
ahogamos los dos, en un mar sinfónico de primavera, donde florecían jazmines y
rosas blancas, y llovían motas de sol que iluminaban el alma, que alimentaban
al necesitado y dotaban de sentido a los colores. El olor a la flor de castaño, el silencio en la partitura, justo antes del contrabajo. Desde dentro
de un disfraz de hámster caníbal, la chica entre temblores gritó, por encima de
la música se perdió un alarido de placer que hubiera hecho temblar el suelo. Contemplaba
su mejilla adherida a una inscripción en rotulador negro, sobre los adoquines
del lavabo, mientras ella gritaba, yo veía temblar compulsivamente la piel de
su trasero como si de alguna forma se estuviera consumando: ”Si me miras te…”
Faltaba una palabra, una palabra sobre la que yacía apoltronada su mejilla. Y
al levantar mi cabeza apoyé la nuca en la puerta del excusado. Y ella no
paraba, era un terremoto sublime que no se detenía ante nada. Supongo que la
música seguía sonando, supongo que la gente iba, venía, seguía viva, en fin,
seguía viviendo. "Si me miras te...".Supongo que hablaban, comentaban idas y venidas, opiniones y
expectativas, supongo que los ignorantes pensaban que la tierra giraba mientras
ella la detenía. Supongo que no se enteraron, pues yo mientras volaba, puse el
modo avión, y no me enteraba de nada. "Si me miras te". Y
recuerdo haberse extinguido lo nuestro mientras nacía, como algo que nace
muerto, como algo placentero que sin embargo, se consume antes de serlo. Y no
sé dónde estará, ese hámster caníbal, sólo sé que detuvo la Tierra un instante,
mientras yo la hacía mía. "Si me miras te quiero", leyó el ciego, y no nos volvimos a ver.
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