La conjura de San Valentín

Sobre la mesa redonda de madera una ballesta con mira telescópica, al lado dos flechas, negras, con puntas de acero. Miró el móvil, cerró la ventana de Tinder, luego la de Badoo, después la de Grindr, y suspiró. Negó con la cabeza. En la radio rapeaba Bad Bunny, Amorfoda. 

-¡¡Valentín, venga, a comer!! ¡Ya están las lentejas...!-exclamó su madre desde la cocina. 

El niño volvió a suspirar y se llevó la mano derecha a la cara. Luego deslizó sus dedos por su cabello rubio muy corto, y farfulló:

-No podía hacer spaguettis, o macarrones...

De pronto una colleja resonó en el salón. Una mano ágil, abierta y de palma gruesa impactó en la nuca del niño, éste se giró, y vió a su madre con el ceño fruncido y el delantal a cuadros. 

-¿Qué dices tú? Venga deja de hacer el tonto que se enfría la comida. 

La madre miró la mesa, vio las dos flechas con las ventosas llenas de saliva, y el arco de plástico verde al lado del teléfono de juguete y resopló. Luego volvió a la cocina a grandes zancadas.

- ¡Qué burra...!Ya voy...-contestó el niño frotándose la nuca.

Sacó dos fotos del bolsillo. En la primera, una chica rubia posaba sonriente con un pez naranja de peluche. En la otra un chico con gafas de sol y gorra con la visera hacia atrás hacía burlas a la cámara.

-Qué graciosos...-susurró. Miró la ballesta, y cuando la iba a coger escuchó de nuevo a su madre.

-Venga Valentín, hijo mío, que te entretienes con una mosca, luego sigues jugando. 

-Qué pesada...-murmuró el niño y guardó las fotos en el bolsillo. Miró la ballesta de reojo, luego el reloj del móvil. "Cuando se eche la siesta-pensó-la voy a liar parda"