La historia de los muertos (Testimonio de Raquel: Capítulo I)
Me llamo Raquel Martínez, y soy estudiante de periodismo. Y en
respuesta a su pregunta, entramos allí para hacer un reportaje, para el trabajo
de fin de grado (la entrevistada baja la cabeza, se tapa la cara con ambas
manos) fue idea mía.
Habíamos oído que había sido un
hospital importante durante la guerra civil, una escuela transformada en
cárcel, y posteriormente en hospital. Queríamos datar los elementos que
encontrásemos, diferenciar por fases cronológicas la evolución del hospital, hablar
de cómo el ejército de la república se repuso al golpe con la transformación de
elementos del entorno, pero se torció todo, se torció todo (la entrevistada
comienza a llorar, un policía le acerca un paquete de pañuelos de papel, y un
vaso de agua). ¿Pero díganme, han
encontrado ya a Laura, y a Daniel? ¿Y a Iván? (el policía la insta a continuar)
Llegamos allí sobre las siete de la
tarde. Fue idea de Iván ir tan tarde…en realidad, él cómo siempre quería
“liarla” como dice él, había comprado cerveza, mucha, patatas, y no sé que más,
llevaba el Trivial, primero dijo que era por si hacíamos algún descanso, pero
desde el principio se le veía como siempre, con pocas ganas de currar. Yo me di
cuenta enseguida de que había sido un error ir tan tarde, pero como llevábamos
sacos de dormir Daniel
planteó la idea de quedarnos a pasar la noche. A Héctor, mi novio, no le pareció mal, pero a mí si. El
hospital está a hora y media de mi casa, y también pillaba lejos de la casa de
los demás, excepto de la de Laura,
que vive en la sierra, en Canencia, pero bueno a ella le daba igual. Estaba oscuro, y no me daba buenas sensaciones. Aunque bueno, ese era el problema, ahora anochece antes, y aunque llevábamos
los focos me parecía estúpido grabar un reportaje sobre historia…por la noche,
era muy estúpido, así que decidimos usar aquella tarde para planificarlo todo.
Explorar un poco el hospital, para asegurarnos de que todo estuviera bien,
revisar el material que llevábamos, documentación, micros, cámaras, focos,
colocarlo todo, y la mañana siguiente dedicarla toda a grabar. Habíamos citado a un
historiador para entonces, vendría a las doce de la mañana, y nos hablaría de
la importancia que había tenido aquel hospital de campaña para las batallas
posteriores que se llevaron a cabo en la sierra de Madrid. Nunca pudimos llegar
a pensar que sería ese hombre el que nos acabó salvando la vida, a Héctor, a Lucía y a mí. (la entrevistada inspira lentamente, sus
labios tiemblan, se ha frotado los ojos húmedos con un pañuelo hasta
irritárselos y ahora, continúan húmedos, pero también enrojecidos)
Al principio todo parecía normal.
Nos colamos por una entrada en la alambrada que Laura conocía. Ella había visto el hospital desde fuera muchas veces, cerca había un coto de caza donde solía ir su padre de montería con los amigos; al parecer
cerca había también un búnker, y siempre había querido entrar pero nunca se
había atrevido. Le pregunté si podía haber yonkis allí, o borrachos, y me dijo
que sí, con mucha frialdad, a mi me sorprendió, ¿Y no te da miedo?, le
pregunté, y ella me dijo que no, que en ese caso nos tendríamos que ir o
pedirle que nos dejaran la zona tranquila, y ya está, pero que éramos muchos y
que nadie podía hacernos daño, claro, era un razonamiento lógico, ¿No cree
usted? Pero a veces la lógica se esconde en el caos como un tiburón en un mar
en calma.
Estaba nublado, así que aunque a
esa hora aún hacía algo de sol, cuando entramos vimos que si queríamos hacer
algún intento de grabación íbamos a tener problemas con la iluminación. Olía
muy fuerte, a humedad. Vimos las escaleras, en el hall, que llevaban al piso de
arriba. El edificio hace como…como una L, por la derecha había clases, que se
habían reconvertido en habitaciones, para heridos y demás, luego había un
pasillo que tenía a los lados los baños, y salas de conserjería, y despachos
que se habían transformado en habitaciones también para casos más graves; encontramos sábanas amarillentas y roídas repletas de sangre seca en el suelo,
un bisturí oxidado, varias tijeras, vendas amarillentas también, llenas de
sangre. Yo no quería entrar, los iba escuchando desde fuera, desde el pasillo,
porque olía muy fuerte, olía… a podredumbre, un hedor asfixiante que se metía
en los pulmones y no te dejaba respirar. Pero a ellos les daba igual, Iván y
Daniel entraban en todos los sitios, haciendo gracietas, y chistes malos. Iván
bromeaba con cortarse el pelo con una de esas tijeras, Daniel decía que se iba
a llevar una bata, que vimos, manchadísima de sangre, que daba asco, de
recuerdo a su casa. Yo empecé a tener miedo, me daba mal rollo todo eso, que
estuvieran bromeando tanto. Dijeron incluso de quedarse a dormir en alguno de
los colchones que vimos apilados en una de las clases. Miraron en los cajones, de
algunas mesas, había libros llenos de polvo, pero eran todos de medicina, como
si más de un médico hubiera sido novato y aquella hubiera sido su universidad.
Al final del pasillo más corto, del hall, estaba el salón de actos, lleno de
polvo, con todas las mesas y sillas apiladas, aquello me pareció inquietante,
encontrar un espacio tan grande lleno de columnas de sillas apiladas, era
como…como ver un cementerio de muebles. Cada vez me encontraba peor, yo creo
que fue entonces cuando empecé con el dolor de cabeza.
Discutí con Iván, porque lo
primero que hizo fue ponerse a beber. Y él se enfadó y se marchó, y Daniel se
fue con él. Siempre van juntos a todas partes, pero temí que nos dieran un
susto, estaban haciendo el tonto y me podía esperar de ellos cualquier cosa.
Nosotros nos pusimos a compartir la información que habíamos buscado, pusimos
una de las mesas en el hall, y varias sillas, y nos sentamos alrededor. Y a la
media hora apareció Daniel, corriendo, asustado, con los ojos como platos y la
camiseta manchada de sangre diciendo que nos fuéramos, que nos fuéramos de
allí. Le preguntamos por Iván, le preguntamos qué había pasado, pero el no
decía nada, no contaba nada, solo que nos fuéramos, yo pensaba que estaba de
broma, asi que le pedí a los demás que le ignorásemos, pero entonces él decidió
salir. Habíamos dejado la puerta cerrada, sin echar la llave, no teníamos llave, como usted imaginará, la habíamos encontrado
abierta, Laura nos había contado que siempre estaba abierta, pero de repente, Daniel empezó a decir que no se podía abrir. Héctor se acercó e intentó abrir, y confirmó que era imposible. Yo, que
ni siquiera quería irme entonces, fui también a comprobarlo, y jo…jolines, era
como si alguien estuviera tirando desde el otro lado. De hecho le llamé, llamé
a Iván a gritos porque pensaba que estaba al otro lado, que era él el que
mantenía la puerta cerrada, la broma estaba dejando de hacer gracia, Daniel
comenzó a decir tacos, a cagarse en todo, Laura, se reía, se reía y negaba con
la cabeza, seguía pensando que era una
broma, luego me lo dijo. Lucía comenzó a temblar, estaba asustada.
Daniel dijo que iba a buscar otra salida, Héctor se fue con él, y yo intenté
tranquilizar a las chicas, aunque por dentro empezaba a asustarme. Saqué el
móvil, intenté llamar a Iván, pero no tenía cobertura, ellas hicieron lo mismo
y tampoco tenían, Laura dijo que era normal, que en la sierra había zonas sin
cobertura y que podía ser que aquella fuera una de ellas, lo dijo con
normalidad, como si no pasara nada, pero eso me asustó todavía más, pensar que
podía estar pasando algo realmente serio, y que no podíamos contactar con nadie...fue
entonces cuando sonó un ruido seco, fortísimo, solo uno. Lucía se sobresaltó,
estaba al borde del llanto. Laura señaló las escaleras, ha sonado por allí,
dijo, se levantó, y empezó a subir las escaleras, seguro que es Iván haciendo
el tonto, yo la seguí, entró en el primer aula, que estaba frente a las
escaleras, pero allí no había entrado nadie, lo hubiéramos visto, aunque podría
habernos pillado despistados enfrascados en la tarea, pero…la pizarra se había
caído, sola, y había levantado una espesa cortina de polvo. Miramos entre los colchones
podridos y hediondos, entre las sábanas ponzoñosas, y varios muebles
desvencijados con los cajones medio abiertos, allí no había nadie, pero la
pizarra, se había caído.
*Historia de publicación semanal
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