La historia de los muertos (Testimonio de Héctor)
No se puede ir así a hacer un
trabajo. Si, me llamo Héctor, sí, de periodismo. No se puede, como le digo, y
los tíos iban así, cantando todo el viaje, bebiendo cerveza, en fin, con muy
poca seriedad. Pusieron Nirvana a todo volúmen, que a mi también me gusta esa
música, pero no hacía falta ponerlo tan alto. Y cuando vimos la señal de
prohibido el paso, les dije que nos fuéramos, ¿Sabe?, yo ya me lo olía, yo he entrado
en otros sitios abandonados, se lo confieso, y nunca me he encontrado bien,
siempre parece que los que han vivido dentro dejan como una parte de sus vidas,
y luego cuando entras lo notas, el aire no está limpio, no es puro, está
cargado de recuerdos, de cosas, que a lo mejor no percibes conscientemente pero
que no te dejan respirar. Pero a ellos les daba igual, les daba todo igual.
Empezamos a explorar un poco en la planta baja y en la primera, para vez donde
podíamos colocar los focos, cómo podíamos hacer la entrevista, yo llevaba un
guión planteado, Raquel, mi novia, llevaba un resumen de lo que había ocurrido
que íbamos a poner como introducción, estaba todo pensado, solo había que hacerlo,
pero Iván se enfadó por una tontería, Raquel le dijo que parase de beber, y él
dijo que quién era ella para darle órdenes, que él no era un calzonazos y que
no iba a hacer caso de una niñata, yo ni siquiera me cabreé, no me lo tomé en
serio, pero entonces se fue, y Daniel al rato dijo que iba a intentar
convencerlo para que volviera, que no estaba tranquilo dejándolo solo por ahí,
yo pensé que se iban a ir, que como habían hecho otras veces cuando hemos
salido de fiesta se iban a pirar, pero no fue así, el único que desapareció fue
Iván, Daniel estaba asustado, cuando volvió estaba aterrorizado, no encontraba
las llaves por ningún sitio, y me enfadé, fui con él a buscarlas y bueno, ahí
empezó el caos. Recorrí con él el pasillo de la planta baja, el de conserjería
y despachos.
En uno de los despachos me llamó
la atención uno de los crucifijos que había en todas las aulas, pero éste
estaba al revés, ¿Sabe? Jesucristo estaba boca abajo, con la cabeza hacia abajo
como si estuviera invocando al maligno, ¿Sabe? Y eso me dio muy mal rollo. Veíamos
ventanas pero todas tenían barrotes, no encontrábamos forma de salir. Luego
llegamos al salón de actos, con sus columnas de sillas, sus mesas apiladas,
todas las del colegio en una misma estancia, y las ventanas, igual, con
barrotes. Comenzamos a inspeccionarlas, una a una, porque había cuatro, y
mientras lo hacíamos yo albergaba la posibilidad de que alguna de ellas
cediera, de que alguno de los barrotes estuviera flojo y saliera disparado al
empujarlo, pero no fue asi, lo que si pasó fue un graznido. Mientras empujaba
una de las ventanas, serían las doce la noche, cuando escuché un graznido al
empujar uno de los barrotes, uno atroz, y vociferante, que me hizo detenerme,
miré a Daniel y el asintió como si también lo hubiera oído, y al volverme miré
a la estancia, expectante, como si algo tan azaroso significara algo, pudiera
influirnos, y vi sobre el escenario por un momento un médico calvo con una bata
señalándome con un bisturí, con el rostro desfigurado y la pierna amputada por
una extraña percepción, le faltaba la mitad de la pierna izquierda, pero no es
que estuviera, a ver si me entiende, literalmente amputada, solamente es que no
podía verse, la pierna, de manera extraña, aparecía entrecortada, ¿Sabe? Como
si una imagen se presentara cortada, sin motivo claro, sin justificación
lógica, ante los ojos, y me dio un miedo atroz, créame, que estuve a punto de
cagarme encima. Porque estaba flotando sobre el escenario de madera, y parecía
capaz de abalanzarse en cualquier momento sobre nosotros y rebanarnos el
cuello.
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