La llama

La llama de la vela en el centro.
Él, en un rincón, la observa:
los dedos entrelazados, la ojea,
sentado en la penumbra en silencio.

Pregunta por su amada y calla.
Recuerda su voz y se apena.
La tristeza le encorva la cabeza,
su ausencia hace tiempo que le mata.

La llama oscila pero no se apaga.
Él traga saliva, si acaso, al otro lado
le anda esperando, y esperanzado,
resopla, henchido de esperanza.

Para entonces una mano lánguida se ha extendido,
seducido contempla su rostro y se envilece,
observa sus ojos negros y se enamora,
un dedo pálido y famélico silencia,
la lengua de fuego, pero él no retrocede.

En la oscuridad se pone en pie y suspira profundamente,
triste y desdichado, pobre desgraciado,
velando a su amada, se ha enamorado de la muerte.

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