Nirvana

El cielo lloraba desconsolado.
Sus lágrimas resbalaban por los ventanales,
trazaban sus caminos,
a veces dibujaban trayectorias casuales,
a veces simplemente seguían su destino.

Sobre el capó de los coches,
sonaban como ráfagas de tiros.
sobre el alquitrán del pavimento
como quejidos ahogados de lirios,
que se doblasen para morir de frío.

Latigazos como venas, azules
aparecían entre las nubes,
liberaban gruñidos atronadores
que sacudían los cristales.

Ella contaba, desde su ventana,
la demora entre la luz y el sonido.
Yo la miraba y sonreía,
contaba la latencia,
entre la colisión y el estallido.

Y en ese instante me miró,
sonrió, se hizo la luz.
Tres segundos después, el tronido,
sonreí, al tiempo del escalofrío.

Amor tormentoso, inevitable
como el aleteo del delirio,
o la consagración de la catarsis:
estaba saliendo el sol en mi ventana,
surgiendo como la génesis de la
llama,
como el nirvana después del
éxtasis.

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