III



Quizás,
no eran lágrimas lo que derramaban sus ojos,
sino versos
de esos
que se quedan colgados de una duda,
y te apuñalan en sueños. 

Perdón,
me han secuestrado las musas
y me han colgado boca abajo;
y ahora estoy,
viendo la luna de buena mañana
y quisiera decirte que me encantas.
He tratado en vano de encontrar el nombre,
la palabra,
y mirándote me di cuenta
que no importaba.

Me he dejado llevar hasta su piel,
he posado el dolor en su boca,
y ha soplado un beso rojo,
que me ha golpeado en las tripas.
Clava las agujas por donde pisa,
resuenan sus tacones por donde pasa,
lleva la guerra en la mirada
y la paz en la sonrisa. 

Si estoy despierto titubea
cuando duermo me murmura,
derrama a mi oído su premisa,
aciaga promesa, 
que muera o escriba.

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