XIII


Ni pregunta
ni pide permiso.
Se te vierte en los ojos
como un amanecer en llamas
y en los poros de la piel se desliza
como la cera fundida por la
lengua anaranjadada de una 
vela prendida.

Luego va lloviendo,
impregnando de su olor
y su alegría,
llenando hasta el último rincón
de tus venas,
de aliento colmo de pura vida.
Más tarde invoca el parto,
el advenimiento y renacimiento
de la luz,
invocación del firmamento
del poder incontenible
de la naturaleza feroz.
Y el reflejo de sus ojos allí arriba
centellea.
En el cielo, brillando, las estrellas;
anunciando su inevitable propósito
la proyección de su voz eterna.

Y cuando ya no puedes huir y te tiene allí,
sometido, contenido,
sonríe y parpadea, ella,
ahí viene,
otra vez la
primavera.

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