Apolo y Dafne
el divino arte de la arquería,
vas a hacerte daño,
en esas manitas tan cándidas.
Siempre tan vanidoso, Apolo,
Una flecha en el pecho te voy a clavar,
y de plomo a tu enamorada,
para que huya aterrada
de tu pobre necedad;
así verás cuánto subestimas,
la crueldad que mi alma de niño,
puede albergar,
y entenderás el dolor del amor,
cuando no es correspondido.
¿De dónde viene ese canto?
¿Quién es esa ninfa,
que hace florecer con su voz,
la semilla más estéril?
Son el sol tus pupilas,
es el calor de tu sonrisa, lo que
hace que florezca la mía.
Me da miedo oírte,
me araña verte,
y hasta la misma sensación de gustarte
me resulta repugnante.
El universo eres tú, no hay más allá;
ni palabra ni verbo,
ni acto ni sueño
eres mi principio y mi final.
Eres lastre y vanidad, sordo a mis designios,
ciego a mis desprecios,
estás enamorado de ti en realidad.
No corras, solo quiero mirarte,
gozar de la luz que desprendes
al cantar.
Prometo que si te detienes me detendré.
Tengo miedo de morir si te pierdo de vista,
de perderme contigo al perderte,
de que se me pare el pulso que me da la vida y nunca más vuelva a verte.
Padre, a orillas de este río: sálvame.
Libérame de este cuerpo y de esta piel, hazme parte de esta tierra,
de estos campos,
para ser libre por siempre, y huir de él.
Se están volviendo ramas
tus delicados cabellos,
y tus finos dedos, frágiles hojas
que gruñen con el viento.
Se vuelve corteza tu suave piel,
y tronco la armonía de tu cuerpo.
Fue culpa mía esta brutal hechicería
que te condena para siempre,
más nunca dejaré de quererte.
Eres reflejo de mi derrota,
más al florecer escapaste vencedora;
serás para mí, siempre, cruel dolor,
y para los mortales, gloriosa corona.
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