Dana

Nace
la primavera lánguida
fundida en un pálido crepúsculo:
pecho de arena, 
aliento de polvo.

Y crece vestida de bruma
tosco pálpito llorando tierra;
derramando sobre las rocas desnudas
un ácido velo de duda,
obtusa efigie, 
tez incierta.

Y lame con dedos plomizos 
el vientre de las olas;
y tizna de burda abulia
el envés de los cristales.

Asalta con burdo sopor las venas
del asfalto añil,
y el cielo agoniza en silencio,
bajo el sordo murmullo de un recuerdo,
como si ella también se acordara de ti.

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