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Floreció con la tarde entre mis dedos,
en un instante maduró.
Le pintaron el rostro los colores:
el cielo el rubor de las mejillas,
el sol el brillo de su cara,
los ojos gélida aguamarina,
las sombras subrayaban su mirada.

Floreció con la tarde entre mis dedos,
reinó en mi mundo frente al río,
serenó mi caos su silencio,
deslizando su magia entre mis versos,
poniendo órden al desvarío.

Se encontraron nuestras vidas
y se abrazaron de forma feroz,
como se colgaba de la luz del sol
aquel efímero día.

La luna se nos clavó a los dos,
un manto de estrellas apiló los restos.
Ahora caemos lentamente en el reloj:
colosal es este amor,
inexorable
el paso del tiempo.

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