Paradise


(Enfermo de culpa está el dedo acusador,
solo sabe señalar.
No entiende de pellizcos ni mordiscos,
no siente quejidos ni latidos,
no entiende de amores, ni placeres:
la conciencia de alfileres, 
del dedo acusador).

Éramos dos niños jugando a conocer.
Las uñas del otro nos pulía la piel,
y con los restos construíamos castillos,
de artificio,
que luego el viento soplaba 
y deformaba
hasta hacerlos caer.

Tú dibujabas flores en mi espalda,
yo trazaba la constelación de tus lunares,
y la veía brillar en el cielo,
mientras sembrábamos semillas 
de cristales
con el gérmen del deseo.

Mordimos la manzana los dos;
y bailamos hasta el fin de la noche,
esbozando con el eco de nuestras voces,
la vívida eternidad de nuestro amor.
Si yo nací de una de tus pestañas
y tú de una de mis costillas,
si somos dos signos de interrogación 
los dos.
Si prolongamos, de forma indefinida,
la incertidumbre de este enigma,
porque en vez de juzgarnos 
perdemos el tiempo amándonos.

Si era de espinas el jardín
y regábamos con nuestra sangre,
el centeno, y la vid,
sospecho que dejó de ser paraíso,
cuando dejamos nosotros de estar allí.


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