Apunte
Durante
años la contemplé caminando descalza sobre la arena, supongo que guardaba una
pregunta. Surcaba la orilla con sus pies, se dejaba humedecer los dedos,
deteniendo a veces sus pasos para mirar el horizonte. Contemplaba las nubes, algunas
veces, otras imagino que jugaba a adivinar el final de una eterna plenitud
azul. Creo que pensaba que en alguna de esas olas, o en esas nubes, o en esos metros
de diáfana inmensidad, se hallaba la respuesta. Yo la observaba, intrigado por
su diatriba, enamorado de su incertidumbre, inquieto por su penumbra. Un día la
contemplé bajo un cielo tormentoso, mirando el lejano mar inescrutable,
contemplando las nubes con las manos en los bolsillos y los mechones de plata
ondeando al viento, como hilos narrativos, de historias para no contar, y tuve
de pronto una nítida certeza: algún día dejaría de verla. Algún día sería el
último y yo no lo sabría hasta el día que no la viera; entendería entonces, sin
duda, que no había encontrado la respuesta, pero que había dejado de poder
buscarla. Y me pregunté, mientras contemplaba la lluvia caer, incesante y afilada
sobre el mar, si no era algo así, la belleza
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