Destellos

 


Levanta la mirada del suelo, contempla la puerta y encuentra en la luz su recuerdo: así de nítida era, así de cálida se proyectaba deslizándose entre la gente. Rodeada de un pulcro silencio que subrayaba el eco de su sombra, así la recuerda, iluminando con su sonrisa los valles de sus ojos y colmando de infinitud sus pupilas, y él, siendo un niño, adivinaba en ese instante el inefable valor de la esperanza. Parecía colosal el pedazo de tierra más insignificante: un inescrutable universo se ceñía a sus pies como un abismo filoso a punto de cortarle hasta hacerle desaparecer hasta que ella emergía, y con el gesto más nimio volvía molinos los más monstruosos gigantes. Los años pasaron deprisa, rostros desdibujados y colores angulosos diluidos en una ojeada que duró un suspiro. Ella, flotando distante, se fue perdiendo silenciosa entre el vértigo de los días y las comisuras del olvido. Ahora él contempla la puerta, con el corazón sostenido y la mirada perdida: esos momentos en los que la luz se exhibía dibujando poesía, perforando insidiosa su pecho, abriendo sin permiso su vientre, apretando con rabia la llaga, reduciendo a pedazos sus dientes, eran todo lo que quedaba de ella, y comparados con ella, no eran absolutamente nada.


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