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Sopla el tiempo su aliento de arena

sobre los rostros que nacen y sus dedos hambrientos,

aquejando del plomo de su aire violento

las pupilas titilantes de los soñadores despiertos.

 

Diluye con su afanoso desdén las premisas,

confunde los caminos,

vierte su sed redentora sobre la tierra insumisa

y derrama su condena miserable

entorpeciendo los senderos,

sembrando adversidades.

 

Si acaso en un destello encontramos la respuesta.

En una lágrima de luz nos descubrimos de pronto

y hallamos cobijo;

descubrimos de nuevo nuestro reflejo,

la mente viva y el corazón inmenso.

El fuego de la vida aleteando perenne,

los ojos primigenios en la vetusta mirada


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